Hace unos días, en el chat familiar, mi hermano desbloqueó un recuerdo que tenía algo arrinconado en mi memoria al encontrar una suerte de esquelas que yo había escrito de los animales que fallecían en el campo y que estaban guardadas dentro de una vieja tabaquera. Comencé con ese listado durante un aburrido verano (todos lo eran) y dejé de apuntar ya entrado el invierno, pero eso no significaba que la muerte dejara de sobrevolarnos, simplemente pasé a normalizarla.
Para no olvidarme de lo importante, primero tomaba notas sobre las superficies que tenía más a mano (trozos del paquete de mentolados de mi madre) y como buena niña que pasaba los apuntes a limpio, las ordenaba en orden cronológico y ponía bien bonitas. Luego que si la muerte es oscura, ¡mirad qué derroche de colorines! Por esta época ya veía ‘Se ha escrito un crimen’, ‘Expediente X’, ‘Ley y Orden’, ‘Inspector Gadget’ y todas esas series que me enseñaron que no bastaba con sospechar, sino que había que llegar al fondo de todos esos casos por insignificantes que parecieran; mientras encontraba las respuestas, preparaba el entierro de estos animales. Si eran pequeños, solía meterlos en cajas de cerillas, a veces con algodón a modo de almohada para que estuvieran cómodos dadas las circunstancias. Abría un hueco en la tierra con la pala pequeña y color caldera de mi hermano, introducía la cajita, la cubría formando un pequeño montículo como en las películas del oeste, colocaba una pequeña cruz hecha con ramas atadas con el raquis de los frutos del árbol del paraíso, colocaba algunas piedras y coronaba con un ramo de flores silvestres. Toda esta parafernalia me mantenía entretenida un día entero pero duraba muy poco por la endeblez de los materiales, así que decidí enterrar a todos los animales bajo el mismo árbol y al menos me aseguraba de no olvidar el lugar exacto aunque no estuviera marcado.
Seguí haciendo este ritual durante años, siendo el último que enterré bajo esa morera un gatito recién atropellado que dejó en mis pies un topógrafo mientras paseaba a Panchito, pero esa ya es otra historia.
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