Aquí estoy, en el año 1986, montada en mi primera bicicleta. No comencé a andar hasta los dos años y medio, pero el pediatra tranquilizó a mis padres asegurándoles que no había ningún problema físico: tan solo era floja. Hablándolo un día con mi amiga Natalia, me comentó que siempre fui una persona práctica, y es verdad. En realidad no quise caminar simplemente porque no tenía adonde ir. Sin embargo, una vez conocí la bicicleta mis piernas se pusieron en marcha y me llevaron a vivir todo tipo de aventuras junto a ella. Subida a esa bici, ya pintada de rosa para hacer mía la herencia de mi hermano, llevé una caja llena de gatitos que acababa de encontrar. Pedaleé tan nerviosa que los tres gatitos saltaron de la caja y los atropellé. Por suerte no les pasó nada y Tigre, Luna y Rayo llegaron sanos a la protectora.
Años más tarde mi padre me regaló una BH Bolero rosa que elegí con mucha ilusión. Montada en ella recuerdo el canto de los sapos y el encuentro con el cadáver de un pequinés de ojos verdes que los gusanos tenían medio devorado. Ese verano pensé mucho en él, en la causa de su muerte y en el humano que estaría buscándolo; han pasado 30 años y sigo sin olvidarlo. Esa bicicleta me hizo feliz hasta que llegaron las inseguridades de la preadolescencia y veía a mis amigas en sus bicicross siendo las niñas más guays del mundo, mientras que yo era Lisa Simpson esperando que alguien me firmara el anuario. Fui muy cruel con mi Bolero y no puedo evitar pensar en ella cada vez que veo a El Colores (un señor conocido así porque siempre viste de blanco) pedaleando sobre una igual.
Estuve muchos años sin volver a subirme a una hasta que en Sevilla se instaló el sistema de alquiler. Camino del gimnasio, esperaba en un semáforo sobre una de esas y apoyé mal el tacón de 8 cms cayéndome de lado. Todo esto suena a invent, pero la Nazaret veintañera era mucho de tacón y bicicleta. Desde aquel momento creo que tengo una leve cojera.
Mi siguiente bici en propiedad fue una Orbita que modifiqué para poder subir a Panchito en ella y hacer trayectos más largos junto a él. Amaba esos paseos porque le daba el airecito en la cara y todo el mundo le decía cosas bonitas. Subida a ella solamente tuvimos un accidente y fue por culpa de unos operarios del ayuntamiento que nos cruzaron una manguera enorme. Vinieron corriendo a levantarme del suelo y a decirme mientras me sacudían: “nada, no ha pasado nada, bonita, esa rodilla no es nada, el perrito está perfecto eh, nada, nada”. Derrapé en el suelo con la pierna izquierda, echando aún sangre los denuncié y efectivamente, no pasó absolutamente nada. Si Panchito no llegase a estar intacto, John Wick habría sido un aficionado a mi lado. Adoraba esa bici, pero un día hice algo muy Nazaret y digamos que desde entonces está descansando con los peces.
Mientras me duraba el duelo de la Orbita, pedí una hermosísima Capri roja a un alquiler de bicicletas que estaba renovando su flota y la tenía realmente barata. Al fin y al cabo la bicicleta es mi único medio de transporte y en muchas ocasiones, mi salvación mental. La bici me la enviaban desde Baiona y cuando llegó, estaba al 90% montada y a medio embalar. Estoy totalmente convencida de que el mensajero se hizo los casi 800 kms subido a ella siendo la última persona en utilizarla antes de pertenecerme. Nunca valoré otra opción.
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